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Atendemos perplejos no sólo a las tensiones geopolíticas, sino también a las medidas urgentes, contundentes y efectivas que un gobierno y una sociedad son capaces de tomar frente a una crisis sanitaria inmediata.

Estos días que el encierro por la COVID-19 pone nuestras vidas patas arriba nos da la oportunidad de confirmar que necesitábamos proteger y poner en valor nuestros más valiosos bienes de seguridad nacional como son el sistema sanitario y el agroalimentario, y que el summum de la felicidad no era el consumo sin medida sino nuestra libertad y resiliencia con lo local.

Ahora se desvela la fragilidad de nuestra sociedad y del sistema económico en su egoísta configuración actual (capitalista/neoliberal) y descubrimos que sólo la acción colectiva y la no deslocalización de nuestros servicios puede salvarnos al hacernos resilientes ante cualquier crisis. Y así, en confinamiento forzado, estamos construyendo y visibilizando alternativas impensables hace unos meses gracias a la cooperación y cuidado de lo común.

Pero nos preguntamos muy preocupados cuándo se va a abordar con la misma rapidez la otra crisis, muy superior, la climática, antes de que colapse no sólo los sistemas sanitarios sino a todo el planeta. La ciencia lleva décadas advirtiendo que si no frenamos el calentamiento global y las emisiones que lo provocan por nuestros consumos eléctricos, de transporte, industriales, etc, el colapso de los ecosistemas será inevitable.

¿Cómo se puede entender que siendo un país privilegiado en recursos renovables autóctonos, sigamos siendo ridículamente dependientes energéticamente del exterior (en casi un 89% en términos de energía primaria (!) y gastando más de 25 mil millones de euros anualmente de nuestra balanza comercial)?

Esta crisis sanitaria es cruel y dolorosa. Agravará también como todas las crisis las desigualdades sociales. Más allá del fuerte incremento en consumo energético que los hogares sufriremos, esta crisis sumirá en mayor pobreza a grupos muy amplios de hogares y por ende en mayor pobreza energética. 

Si bien las medidas de alarma en materia de energía aplicadas por el gobierno y la futura renta mínima anunciada son medidas necesarias para aliviar la economía de algunos hogares, los gobiernos deberían contemplar incluir el derecho a una renta básica de energía limpia (renovable). La energía es un bien demasiado básico, universal y costoso vitalmente como para ser ignorado sistemáticamente por las políticas sociales.

Que un país tenga la energía distribuida (y renovable) en muchos pequeños centros de producción interconectados hace sin duda más resiliente a sus ciudadanos ante cualquier crisis o catástrofe. ¿Acaso no tenemos tejados por ejemplo para hacer energía solar?

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Las tecnologías renovables actuales y las creativas innovaciones de la ciudadanía entorno a estas permiten a día de hoy que cualquier ciudadano tenga o no tejado pueda producir energía renovable y gestionarla luego como mejor considere (consumirla, compartirla con sus vecinos o venderla). Esto añade también nuevas vías para aliviar el problema estructural de la desigualdad que provoca la pobreza energética al permitir aprovechar y socializar las ventajas de la energía renovable y de las nuevas soluciones de energía ciudadana.

Se dice que en pocos años veremos cómo las baterías y aparatos para hacer almacenamiento y gestión digital de nuestros consumos se convierten en un electrodoméstico más de la casa, y que eso nos cambiará.

Pero la verdadera disrupción y elemento de éxito somos ya nosotros, los ciudadanos, que con nuestra intervención en el sistema energético podemos acelerar la penetración de energías limpias para alcanzar un sistema 100% renovable, distribuido, inteligente, justo y flexible, imprescindible para hacer la transición energética hacia la economía descarbonizada que el planeta necesita.

Generar electricidad -directamente con autoconsumo o por inversiones indirectas-, hacer gestión de la demanda energética modificando nuestras horas de consumo, o hacer comunidades energéticas; son solo algunas opciones disponibles que tú puedes hacer y que los gobiernos locales y estatal deben de acelerar. Nos harán resilientes ante cualquier crisis.

La salida de esta crisis debe suponer un nuevo amanecer, debe dar un salto de gigante en la dirección correcta, una diferente y necesariamente verde que nos haga mejores, que no repita el business as usual ni los errores del pasado que nos han traído hasta aquí, que no rescate corporaciones y que sí construya comunidades más resilientes, inclusivas, justas y respetuosas con la fragilidad del planeta. Sólo desde la sostenibilidad del planeta podremos sobrevivir a futuras crisis.

Ahora ya sabemos que somos capaces de construir caminos alternativos y mejores. Será cuestión de prioridades. Es hora de reforzar a las personas, a la comunidad y al bienestar (humano y planetario). Y las energías renovables con y para las personas son una gran puerta que tenemos que activar urgentemente.


Fuente/Ecoticias
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